Reflexiones sobre
la riqueza natural y sobre la mentalidad urbana
consumista de espaldas a la naturaleza
El centro de Bogotá a se divide en dos
localidades: La Candelaria completamente urbana e histórica y La de Santa fe
que aprieta su vida urbana en 625 hectáreas, que representan algo más 15,4% de
su jurisdicción. Las otras 3.820 hectáreas están más allá del contaminado
centro; viven y nos dan vida más allá de los cerros de Monserrate y Guadalupe.
Cerros tutelares de Bogotá: Monserrate y Guadalupe. la ciudad no conoce la riqueza natural que está a sus espaldas fotgrafía Orlando Santana |
Allí, por encima de los 3.100 metros -más
cerca de las estrellas- late una parte del páramo de Cruz Verde, que en el
pasado estaba conectado con el de Sumapaz, el páramo más grande del planeta
tierra. Allí cada día se engendra el agua pura gracias al maravilloso
ecosistema que relaciona el viento, las nubes, los frailejones, los fiques, los
pajonales, los mugos, los bosquecillos de árboles achaparrados, los líquenes
que trasforman las rocas, las plantas lycopodium de tallos caminadores, muchas
especies de insectos, aves, roedores y otra fauna, muy golpeada por la
presencia humana.
Es una zona protegida donde no se puede
hacer minería o labores industriales –como en otras partes pretenden los
fascinados por el oro negro y dorado- pero que ha sido muy intervenida por la
actividad humana. Existen zonas con bosques de especies foráneas como pinos que
se sembraron cuando no se comprendía la fragilidad y la importancia estratégica
de los páramos. También, están presentes las actividades de economía campesina
que incluyen la cría de ganado vacuno, truchas, animales de corral y por su
puesto el cultivo de alimentos tradicionales. Hoy una ruta del SITP rojo o
especial recorre con horarios restringidos la ruta rural por la carretera que
conduce a Choachí y a la región del Oriente cundinamarqués.
Fiques y frailejones frolecidos en el Páramo de Cruz Verde en la Localidad de Santa Fe fotografía Orlando Santana |
La zona rural de la Localidad Santa fe, la del
centro, como las cercanas de Chapinero (2.500 hectáreas rurales) y Usaquén (2.507
hectáreas rurales) pertenecen a la cuenca alta del río Teusacá, que nace en la
laguna del Verjón y tributa al norte de la sabana sus aguas al rio Bogotá y
corre por detrás de los cerros que todos vemos desde la ciudad. Podríamos mencionar algunas quebradas que
nacen en esa hermosa zona rural: quebrada el Verjón, La Esperanza, Tembladores,
Montañuela, El Tagual, La Honda, El Barro, Farías, El Barrito o La Centella,
dejando de lado muchas cañadas y nacederos.
Pero además de esos cerros se precipitan
hacia la zona urbana del Centro el río Arzobispo que corre por el parque nacional;
El río San Francisco o Vicachá del que su memoria se entierra por canales
subterráneos en el centro de Bogotá, evocado apenas en canal del eje ambiental.
En el desembocan las quebradas Santo Domingo, Las Brujas, Roosevelt. También se destaca el río San Agustín, en el
que vierten sus aguas las quebradas Manzanares, San Dionisio, El Chorrerón, El
Soche y Santa Isabel. De ellas saben los habitantes de los barrios del centro
oriente, pero son desconocidas para el resto de la enorme ciudad que vive
afanada de espaldas a nuestras riquezas naturales.
En
las alturas de los cerros se condensa el agua que nos da vida. En ese
territorio rural de las localidades que comparten los Cerros, Usaquén,
Chapinero, Santa Fe, San Cristóbal y Usme, del que las comunidades que vivimos
y trabajamos en las áreas urbanas nos olvidamos, bulle la naturaleza y
sobrevive al impacto de la acción del ser humano que la explota sin reparar en
el futuro del planeta y de la vida. Es hora de cambiar la idea que la
naturaleza existe para ser explotada por nosotros a cualquier costo, es la
época para cambiar al paradigma cultural del hiperconsumismo para remplazarlo
por el del reconocimiento de que el ser humano es parte de la naturaleza, que
su civilización emergió de la Naturaleza y que no puede sobrevivir sin ella.
Que es nuestra responsabilidad el futuro del planeta, así sea solo porque en el
vivirán las próximas generaciones humanas que tienen igual derecho que nosotros
de vivir en un planeta sano.
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