Edgard Morin "Una mente luminosa"



Edgar Morin: Merece dedicarle un tiempo para conocerlo, recordarlo o discutirlo. Para pensar en si es tiempo de reconocer que nuestra comprensión de La Realidad ha desconocido su condición compleja. Eso lo que significa es que los humanos occidentales hemos asumido y creido entender la ciencia, natural y social, y tambien nuestras formas de sentir, crear, vivir, pensar, sufrir y gozar, a partir de principios pardigmáticos profundos parciales, incompletos, desconectadores, que nos han llevado a la sociedad de la incompletud, de la inequidad, de la destrucción de nuestros lazos con la naturaleza y con la humanidad. Es tiempo de reentender nuestras formas de sentir y pensar. En ello Edgar Morin, que cumplirá 97 años el próximo 8 de julio, nos toca profundamente el alma con su pensamiento y su vida.

LA CARA NATURAL Y OCULTA DEL CENTRO DE BOGOTÁ


Reflexiones sobre la riqueza natural y sobre la mentalidad urbana consumista de espaldas a la naturaleza

 Quienes habitamos en el centro de Bogotá, recorriendo las sinuosas calles de los barrios populares apretados en los rocosos cerros orientales de la sábana de Bogotá, o que afanados  corremos por la avenidas del centro internacional o  por las abarrotadas callejuelas de comercio de san Victorino o disfrutamos el Centro Histórico por el barrio de La Candelaria, o los que hacen diligencias en el antiguo barrio de Las Nieves donde cada día caen antiguas casonas o envejecidos edificios para ver crecer edificios con pretensiones de rascacielos, olvidamos que estamos dando la espalda a una enorme zona donde reina un mundo antagónico al ruidoso y estresante ritmo de la ciudad: se trata de la zona rural de la localidad de Santa fe.
El centro de Bogotá a se divide en dos localidades: La Candelaria completamente urbana e histórica y La de Santa fe que aprieta su vida urbana en 625 hectáreas, que representan algo más 15,4% de su jurisdicción. Las otras 3.820 hectáreas están más allá del contaminado centro; viven y nos dan vida más allá de los cerros de Monserrate y Guadalupe.
Cerros tutelares de Bogotá: Monserrate y Guadalupe.
la ciudad no conoce la riqueza natural que está a sus espaldas
fotgrafía Orlando Santana

Allí, por encima de los 3.100 metros -más cerca de las estrellas- late una parte del páramo de Cruz Verde, que en el pasado estaba conectado con el de Sumapaz, el páramo más grande del planeta tierra. Allí cada día se engendra el agua pura gracias al maravilloso ecosistema que relaciona el viento, las nubes, los frailejones, los fiques, los pajonales, los mugos, los bosquecillos de árboles achaparrados, los líquenes que trasforman las rocas, las plantas lycopodium de tallos caminadores, muchas especies de insectos, aves, roedores y otra fauna, muy golpeada por la presencia humana.
Es una zona protegida donde no se puede hacer minería o labores industriales –como en otras partes pretenden los fascinados por el oro negro y dorado- pero que ha sido muy intervenida por la actividad humana. Existen zonas con bosques de especies foráneas como pinos que se sembraron cuando no se comprendía la fragilidad y la importancia estratégica de los páramos. También, están presentes las actividades de economía campesina que incluyen la cría de ganado vacuno, truchas, animales de corral y por su puesto el cultivo de alimentos tradicionales. Hoy una ruta del SITP rojo o especial recorre con horarios restringidos la ruta rural por la carretera que conduce a Choachí y a la región del Oriente cundinamarqués.
Fiques y frailejones frolecidos en el Páramo de Cruz Verde en la Localidad de Santa Fe
fotografía Orlando Santana

La zona rural de la Localidad Santa fe, la del centro, como las cercanas de Chapinero (2.500 hectáreas rurales) y Usaquén (2.507 hectáreas rurales) pertenecen a la cuenca alta del río Teusacá, que nace en la laguna del Verjón y tributa al norte de la sabana sus aguas al rio Bogotá y corre por detrás de los cerros que todos vemos desde la ciudad.  Podríamos mencionar algunas quebradas que nacen en esa hermosa zona rural: quebrada el Verjón, La Esperanza, Tembladores, Montañuela, El Tagual, La Honda, El Barro, Farías, El Barrito o La Centella, dejando de lado muchas cañadas y nacederos.
Pero además de esos cerros se precipitan hacia la zona urbana del Centro el río Arzobispo que corre por el parque nacional; El río San Francisco o Vicachá del que su memoria se entierra por canales subterráneos en el centro de Bogotá, evocado apenas en canal del eje ambiental. En el desembocan las quebradas Santo Domingo, Las Brujas, Roosevelt.  También se destaca el río San Agustín, en el que vierten sus aguas las quebradas Manzanares, San Dionisio, El Chorrerón, El Soche y Santa Isabel. De ellas saben los habitantes de los barrios del centro oriente, pero son desconocidas para el resto de la enorme ciudad que vive afanada de espaldas a nuestras riquezas naturales.
 En las alturas de los cerros se condensa el agua que nos da vida. En ese territorio rural de las localidades que comparten los Cerros, Usaquén, Chapinero, Santa Fe, San Cristóbal y Usme, del que las comunidades que vivimos y trabajamos en las áreas urbanas nos olvidamos, bulle la naturaleza y sobrevive al impacto de la acción del ser humano que la explota sin reparar en el futuro del planeta y de la vida. Es hora de cambiar la idea que la naturaleza existe para ser explotada por nosotros a cualquier costo, es la época para cambiar al paradigma cultural del hiperconsumismo para remplazarlo por el del reconocimiento de que el ser humano es parte de la naturaleza, que su civilización emergió de la Naturaleza y que no puede sobrevivir sin ella. Que es nuestra responsabilidad el futuro del planeta, así sea solo porque en el vivirán las próximas generaciones humanas que tienen igual derecho que nosotros de vivir en un planeta sano.