UTOPIAS PARA EL 2011

Las utopías no se alcanzan, pero cumplen la gran tarea de inspirar nuestro pensamiento y nuestra acción

Resurge la esperanza: si podemos superar las décadas y generaciones de violencia y transformar la sociedad radicalmente con movilización pacífica

La paz se ha hecho en Colombia  un bien negado por nuestra propia vacilación y desconfianza.  Ha sido asi a consecuencia de  una historia de conflictos de las más variada naturaleza, que partiendo de rebeliones contra las seculares arbitrariedades e injusticias fueron tomando el camino de la guerra difusa y degradada, hasta desembocar en interminables espirales sin fin de escarmientos y violencias, alimentadas abundantemente por los sórdidos dineros del narcotráfico.
Estos tiempos de guerra presente en la vida cotidiana, ha instalado en las mentes de muchos colombianos un prejuicio que venía frenando la movilización decisoria de la ciudadanía. A muchos las ideas arraigadas de que no es posible alcanzar la paz sin agravar la guerra, o de que terminar la violencia es casi imposible mientras que no se corrijan las injusticias, han terminado por inmovilizarlos ante la acción aplastante de los ardorosos entusiastas de la guerra y de los hiperlucrativos negocios globales que la acompañan.
La esperanza renace aún después de generaciones de guerra y violencia difusa
Ahora con motivo de la campaña presidencial, el candidato Antanas Mockus ha colocado en el escenario nacional el tema de la paz posible abandonando los atajos de la guerra y la violencia instalada en nuestra historia.  Mockus, en los debates con el candidato Petro del Polo Democrático, insiste en que no es justificable la violencia en la necesidad de la lucha contra las inequidades sociales; en que no existe necesariamente una conexión entre pobreza y guerra. Por el contrario hoy los señores de la guerra, léase multinacionales del la industria de las armas, acuden a donde fluyen los dineros y en Colombia los de dólares circulan por todos presupuestos.
La paz y la solución de los males de la exclusión y la inequidad es ahora una posibilidad cierta
Y esa concepción contraria por principio a la violencia, que se expresa en la enseña “La Vida es Sagrada” de la campaña del Partido Verde,  ha permitido dar base sólida a la esperanza que los colombianos podemos avanzar en la corrección de la ruta violenta que ha padecido la historia de Colombia. Es como hacerse consiente después de 200 años de vida republicana de un hecho que muchos seres humanos vivimos en algún instante del crecimiento: se deja atrás una etapa impulsiva y exaltada para buscar madurez y consistencia para intentar avanzar hacia la prosperidad y felicidad.
Ahora se hace posible y cercano profundizar en la implantación sólida de las bases para construir un país que lucha por su bienestar y prosperidad, a partir de la solidaridad humana, los valores humanistas de la paz y la resistencia pacífica. No se trata de negarse a cambiar el mundo radicalmente, por el contrario es quitar del camino el principal obstáculo a la movilización de los colombianos que es la guerra.
Se trata de trata de jugar socialmente para transformar la sociedad inequitativa e injusta a partir de una norma esencial: la vida es sagrada por lo que la violencia no se justifica. Será con creatividad y el talento en equipo, con la movilización ciudadana que abordaremos la transformación revolucionaria de la sociedad colombiana, dejando atrás la historia de atajos excluyentes, políticos clientelistas, guerras interminables y corrupción destructiva.

EN LA COLOMBIA DE CRISIS Y REELECCIONES: equipo en el partido verde

LA CRISIS NACIONAL REQUIERE SUPERAR LA CORRUPCIÓN Y LOS CAUDILLISMOS
SE PUEDE TRABAJAR EN EQUIPO
Es doloroso que los avances, ciertamente de naturaleza militar, alcanzados por los dos gobiernos de Uribe en el camino de búsqueda de seguridad en las carreteras y en muchísimos espacios rurales, como parte de una política de salida al conflicto violento que nos ha sumergido durante muchas décadas del siglo XX, se hayan convertido en peligrosa polarización política, que se sabe es ingrediente necesario de conflictos violentos.
Pero eso no sería tan grave si los resultados de esa política de seguridad, con el inevitable apellido de democrática, no se hubiesen constituido en el pretexto de la más furtiva e ilegal campaña electoral de nuestra historia. Cuando los logros, por muy importantes que sean, sobre los problemas más negativos, se constituyen en el pretexto para pasar por encima de los buenos elementos existentes, estamos ante la paradójica situación, que la sabiduría popular ha resumido diciendo: lo que hizo con las manos lo desbarata con los pies. El orgullo de las élites gobernantes era que Colombia tenía el record de institucionalidad presidencial en América latina: solo un golpe de militar en un siglo y eso aprobado por el establecimiento en la crisis de la violencia! Siempre los gobernantes habían aceptado las reglas del juego democrático en esta materia de sucesión presidencial, de ello se enorgullecía Colombia. Lo peligroso es que poderosos, pero irresponsables sectores, han promovido cambiar plebiscitariamente, a cualquier costo, las normas en medio del juego y a favor del que ahora proponen como único capaz de continuar su propia obra. Es como si jugando ajedrez el de las fichas blancas decidiera que el rey se mueve todos los espacios que quiera y de paso lo autoriza a capturar de todas las fichas que le venga en gana.
Pero lo grave del contexto colombiano no se limita al arrasamiento de los propios principios democráticos tan ardientemente defendidos. Si se revisa con cuidado y se hace memoria el escenario es lamentable. La corrupción que de siempre ha reinado, ahora es emperadora. El escándalo del momento oculta de los medios y de la memoria al anterior: el saqueo de los subsidios de agroingreso seguro tapó el espionaje del DAS, que a su vez había tapado el de los falsos positivos, que remplazó los escándalos de la yidis política y demás paramilitares en los partidos políticos de la coalición de gobierno o el escándalo de los mafiosos en el palacio presidencial o “casa de de nari”, las sospechosas maniobras en las licitaciones en el INCO (Instituto Nacional de Concesiones) o por el tercer canal de TV privada, etc., etc. Pero tampoco ha mejorado la Justicia, elemento clave para alcanzar la democracia. La impunidad es pan de todos los días y la disminución de la independencia de los órganos de control y justicia se hace cínicamente.
Y participar en política que es la solución normal en cualquier país normal, se ha constituido en una lamentable carrera de políticos inversionistas que buscan más influencia y el saqueo de las arcas públicas. Dicen que para ser elegido representante a la cámara o senador se requieren varios miles de millones de pesos, claro dependiendo de si se apoya la reelección o no.
Pero para empeorar el escenario el desmonte de las estructuras armadas y de complicidad política de los grupos paramilitares que negociaron entre los años 2003 y 2006, fue parcial e incompleto y si bien las bandas emergentes, son menos en número, hoy son más poderosas y abiertamente financiadas por el narcotráfico; del otro lado, las guerrillas replegadas en obscuras selvas y montañas, siguen por su despeñadero ideológico que los arrastra al maquiavelismo de todo vale (narcotráfico y violación del derecho internacional humanitario, por ejemplo) para alcanzar sus ideas que se sostienen en el más anacrónico sectarismo.
Claro está que ese panorama se debe también considerar desde la perspectiva de la política económica que a varios sectores empresariales les ha permitido evadir la crisis global y continuar exitosamente con sus proyectos de alianzas y negocios globalizados.
Ante esa situación, a un ciudadano que tenga una mente crítica e independiente pareciera no quedarle espacio para el optimismo. Pero en la historia muchos pueblos han salido de crisis profundas, aún peores a la colombiana, superando el freno de la polarización, del desencanto y la falta de confianza. Ahora que cumplimos doscientos años del grito de independencia de 1810, primer paso para la construcción de la nación colombiana, estamos ante la oportunidad de reflexionar e iniciar el recorrido de un nuevo camino.
Hace falta una nueva forma de participar, de encontrarnos y trabajar en equipo, de aprender a resolver los problemas superando las trampas del modelo de competencia y consumo neoliberal. Un modelo interesante de superación de diferencias no esenciales para buscar esas respuestas y construir los espacios necesarios para cambiar hacia una sociedad que busque la equidad social y la seguridad política con libertad y oportunidad, es el ejemplo que dan hoy los tres exalcaldes de Bogotá –Antanas Mockus, Lucho Garzón y Enrique Peñalosa– que tan distintos son, pero que precisamente por ello, por su diferencia y creatividad, son capaces de armar equipo hasta para ir de ciudad en ciudad, los tres al tiempo, a presentar sus nombres a una consulta por la candidatura presidencial, superando sus orígenes tan diversos para crear un partido de proyecto esencial para el futuro, el ecológico y social Partido Verde.